dijous, 19 de juny del 2008

El vacío


Las despedidas se dice que son tristes. Quizás. Yo más bien diría que las despedidas le dejan a uno vacío. Sobretodo si se despide a otra persona en el andén de una estación. Estar en casa y decir simplemente adiós y darse dos besos y escuchar como se cierra la puerta y luego los pasos mitigados de la persona que se va no conlleva ningún dramatismo, ni ningún ritual, es una simple despedida. Pero acomapañar a la persona hasta la estación, buscar el andén, ayudarla a subir las maletas nos implica en el proceso de decir adiós, nos hace formar parte del adiós, el adiós ya no son sólo las palabras, sino el andén, el reloj por el que corren fluidas o a golpes las agujas, la maleta, el tren que se acerca, y las palabras ya no suenan huecas, como simple despedida, sino que es el pronunciarlas en ese andén lo que nos deja vacíos, las palabras que se dicen en los andenes pesan, no como las que se dicen entre las cuatro paredes de una habitación con libros amontonados y ropa tirada por el suelo. El viaje hasta la estación ha ido cargando, ha ido engordando las palabras con las que nos despediremos.
Y aunque la despedida sea temporal, el tener que deshacer el camino hasta casa sin el peso de las palabras que hemos pronunciado, que seguramente hemos murmurado al oído para que ningún otro viajero oiga las confidencias entre nosotros y el que se va, ese camino de vuelta es la revelación de un vacío.
Quizás es que el vacío es triste.

Jordi