dimarts, 3 de novembre del 2009

"C'est toujours avec des mondes que l'on fait l'amour"


Tal día como mañana, un 4 de noviembre de 1995, Gilles Deleuze decidía tomar la última decisión que uno puede tomar, y que de hecho debería tomar: decidió acabar con su vida saltando por la ventana.
En recuerdo al regalo de su pensamiento, al viento lleno de vida de sus palabras, quisiera dejar algo a la posteridad ficticia del blog; unas palabras, sin pretensión alguna, simplemente como agradecimiento.

Cuando leí por primera vez Los detectives salvajes, pensé inmediatamente en él. Pensé que le hubiese encantado. Belano y Lima son la hierba que crece en el jardín; cuerpos sin órganos a la deriva; son su pensamiento puesto en práctica en la calle, en el desierto; ellos mismos son el desierto, se confunden con él, fusionan el desierto que en su interior han poblado de tribus y nómadas y poesía con el desierto mundanal; son la vía de escape del agujero negro sobre pared blanca, la línea de fuga vibrante y cromática que se escapa a las raíces de los binomios.
Belano y Lima son en errante lo que Deleuze fue su estudio y sus clases: el experimento de una nueva vida, una nueva filosofía, una reterritorialización del sujeto y del mundo a través del experimento con la propia vida. No hace falta moverse para viajar. Sólo hace falta cerrar los ojos y vivir. Sólo hace falta desaparecer en el desierto:

"Somos desiertos, pero desiertos poblados de tribus, de faunas, de floras. Empleamos el tiempo en colocar esas tribus, en disponerlas de otra forma, en eliminar algunas, en hacer prosperar otras. Pero todas esas poblaciones, todas esas muchedumbres, no impiden el desierto, que es nuestra ascesis misma; al contrario, lo habitan, pasan por él, sobre él. (...). El desierto, la experimentación con uno mismo, es nuestra única identidad, la única posibilidad para todas las combinaciones que nos habitan."

Esa capacidad de experimentación, de ascesis (en un sentido productivo, liberador, no castrador como en la religión o en el psicoanálisis), de reorganizarse, de desterritorializarse (con precaución) y diluirse en el paisaje posibilitan un amor sin sujeto ni objeto (como buscaba Benjamin), un devenir todo que se condensaría en la afirmación del título "C'est toujours avec des mondes que l'on fait l'amour": cada día hacemos el amor con mundos. Nos confundimos en ellos, desaparecemos en ellos... pero no nos damos cuenta; sólo si renunciamos a la piedra de la identidad, al árbol del yo inamovible y enraizado nos veremos en esos mundos: el mundo que Proust nos muestra gracias a un yo que se diluye en la reminiscencia, y que Bolaño nos muestra gracias a unos personajes que se difuminan en la arena del desierto.

A veces he pensado que Deleuze fue, y es, uno de los pocos de los que estoy convencido que se puede decir: fue feliz. Nietzsche desde luego no lo fue. Tanta mala leche (por muy justificada que fuese... y sigue siendo... y será) no puede ser producto de un Übermensch feliz con su existencia. Nietzsche guardaba el tesoro de la felicidad para las generaciones futuras. Mostró el erroneo camino que habíamos recorrido.

Deleuze mostró el camino a recorrer.